Presentación

Este blog se destina a facilitar el estudio de la Historia de España de los alumnos de 2º de bachillerato. Debido a la amplitud del temario, desde los orígenes prehistóricos hasta la actualidad, el blog se centra en uno de los bloques de contenido: la Segunda República y la Guerra Civil (1931-1939). De este periodo capital de la reciente historia española se indican una diversidad de fuentes y materiales documentales que los alumnos pueden utilizar para conocer y estudiar los hechos y los procesos históricos que desembocan en estos terribles años, así como las consecuencias que se extendieron durante la segunda mitad del siglo XX.

Inicio de la guerra civil española

Los objetivos que se prentenden conseguir son los siguientes:
  • Ofrecer al alumno una serie de recursos didácticos que faciliten el aprendizaje de los hechos históricos que se analizan.

    • Presentaciones y animaciones (power-point, beamer-tex...)
    • Fotografías e ilustraciones de la época.
    • Vídeos.

  • Poner a su alcance las recientes investigaciones sobre la República y la Guerra Civil con el fin de que tomen conciencia de los procesos de investigación histórica y del debate historiográfico.
  • Facilitar el acceso a la bibliografía sobre el tema:

    • Bibliografía básica: manuales y libros de referencia.
    • Bibliografía reciente: últimas investigaciones y aportaciones.
La interacción se facilita con la opción de comentarios habilitada al final de cada entrada en la que cualquier internauta puede dejar su opinión. También existe una pequeña aplicación de chat en el menú derecho para agilizar el intercambio de ideas y sugerencias.

A modo de índice que guíe, con un orden temático, las entradas de este blog, aparece en el menú lateral una serie de etiquetas que orientan el acceso a los contenidos.
Foto de miliciano tomada por Rober Kapa

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Investigación histórica y revistas electrónicas.

La investigación histórica y la publicación de sus resultados ha llegado, desde hace años, a las revistas electrónicas. En Historia Contemporánea destaca la decana HISPANIA NOVA Revista de Historia Contemporánea. Fundada por Ángel Martínez de Velasco Farinós en 1998, con ISSN: 1138-7319 y DEPÓSITO LEGAL: M-9472-1998, sigue publicando colaboraciones de investigadores españoles y extranjeros que se centran en el periodo histórico que arranca con la crisis del Antiguo Régimen y llega hasta los inicios del siglo XXI.


Otra publicación electrónica es el Proyecto Clío. Se centra en las aplicaciones didácticas de las Ciencias Sociales y de la Historia en particular. Es un recurso que todo profesor de Historia debe consultar y que también dispone de un menú para alumnos de bachillerato y de secundaria obligatoria.

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Recursos didácticos: Presentación

SEGUNDA REPÚBLICA Y GUERRA CIVIL (1931-1939)
En la animación inferior aparece una presentación que el profesor utiliza en el aula y que el alumno puede descargar e imprimir en este enlace (el archivo está en formato pdf).

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Bibliografía reciente sobre la Guerra Civil

En los últimos cinco años se han publicado más de 600 publicaciones sobre la Guerra Civil. Esta cifra se obtiene en la Agencia Española de ISBN al consultar su base de datos. En el campo de búsqueda el texto "Guerra Civil", restringido a las fechas entre 2005 y 2010, ofrece un listado de obras ordenadas por autor, título o fecha de publicación.
En la siguiente imagen se muestra la primera página de la búsqueda (al clicar sobre la imagen se abre una ventana con mayor calidad visual):




Obras centradas en el período de la guerra civil y de reciente aparición:


BEEVOR, ANTONY,
La guerra civil española,
Madrid, Ed. Crítica, 2007









BENNASSAR, BARTOLOME,
El infierno fuimos nosotros: la Guerra Civil Española (1936-1942)
Madrid, Ed. Taurus, 2005












Existen diversos manuales sobre historia de España. Se recomienda la lectura del volumen correspondiente al período de la guerra civil.


ANDRÉS GALLEGO, JOSÉ, y otros,
Historia de España. vol.13-1.
España actual. La guerra civil (1936-1939)
Madrid, Editorial Gredos, Madrid, 1989

BAHAMONDE, ÁNGEL (coord.),
Historia de España.
Siglo XX (1875-1939)
Editorial Cátedra, Madrid, 2000

CASANOVA, JULIÁN,
Historia de España. Tomo 8.
República y guerra civil,
Madrid, Coedición Ed. Crítica y Marcial Pons, 2007.

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La Guerra Civil de Bartolomé Bennassar

Stanley G. Payne analiza la obra que dedica el hispanista Bartolomé Benassar a la Guerra Civil Española. El artículo se publicó en la Revista de Libros de la Fundación Caja Madrid. Se reproduce a continuación, y se puede acceder a su versión digital en dicha revista clicando aquí.

La guerra civil de Bartolomé Bennassar
por STANLEY G. PAYNE, HISTORIADOR
nº 102 · junio 2005


Bartolomé Bennassar

LA GUERRE D'ESPAGNE ET SES LENDEMAINS
Perrin, París

El renovado interés por la Guerra Civil española se extiende actualmente mucho más allá de España. Al menos dos nuevas historias están escribiéndose ahora mismo en Estados Unidos, una tercera está preparándose en Inglaterra (donde algún tipo de estudio en un solo volumen aparece cada pocos años) y el distinguido hispanista Bartolomé Bennassar acaba de ofrecernos una importante nueva historia en francés. Un nuevo libro de Bennassar constituye siempre un acontecimiento especial, ya que no es sólo el más prolífico de los hispanistas franceses, sino también el de mayor alcance y el más versátil. Es un especialista en la historia de España en la época moderna que ha contribuido, asimismo, con importantes estudios a la historia contemporánea. Entre sus numerosísimas obras, Bennassar es conocido sobre todo, probablemente, por su ingente estudio sobre la región de Valladolid en el siglo XVI (1967), por su historia de la Inquisición (1979) y por su penetrante análisis sociocultural L'homme espagnol:attitudes et mentalités du XVIeau XIXesiècle (1975). Su dedicación a la historia contemporánea es más reciente: su biografía Franco (1995) es un relato equilibrado y objetivo del anterior Jefe del Estado, mientras que su breve Franco: enfance et adolescence (1999) es el mejor tratamiento escrito en ningún idioma sobre las tres primeras décadas de vida de Franco. Bennassar justifica la publicación de otra historia más de la Guerra Civil en un solo volumen por la gran cantidad de nuevos datos que han pasado a estar disponibles en los últimos años y por el volumen considerable de nuevas investigaciones que se han completado. Entre los numerosos tratamientos en un solo volumen, su nuevo libro es único por su estructura y su énfasis. Aproximadamente cincuenta páginas se dedican a realizar un bosquejo de la República y de los antecedentes inmediatos de la guerra. Sigue una sección de doscientas páginas que cuenta la historia de la guerra, ocupándose de asuntos militares, así como de las dos represiones y de la historia política inicial de ambas facciones. La segunda gran sección, de menos de un centenar de páginas, se llama «Le laboratoire du siècle» y trata de la política de la guerra, abordando la revolución, la evolución del sistema franquista, los asuntos internos republicanos, el papel de la propaganda y la desinformación, y los nuevos tipos de armas y tácticas militares utilizados.

La tercera y última parte, de más de un centenar de páginas de extensión, analiza «Les lendemains» no en términos de la historia del franquismo, sino centrándose, en cambio, en la represión de la posguerra, el exilio republicano y la resistencia. Esta última parte es la más exclusiva y original, ya que ninguna otra historia en un solo volumen ha dedicado nunca tanta atención a estos temas.

La obra de Bennassar se caracteriza en general por su capacidad para presentar grandes cantidades de datos complejos y para analizarlos e interpretarlos con sensibilidad, equilibrio y objetividad. Estas cualidades se ponen claramente de manifiesto en la presente obra. Su breve tratamiento del contexto histórico es ecuánime y penetrante. Básicamente se muestra de acuerdo con la fórmula de Javier Tusell de que la Segunda República fue una «democracia poco democrática», señalando las diversas violaciones y limitaciones de constitucionalidad que caracterizaron la historia de la República.Al igual que casi todos los historiadores, subraya la importancia de la insurrección revolucionaria de 1934, «que se convirtió en el preludio de la Guerra Civil al desencadenar un proceso revolucionario que nunca llegaría a controlarse». Para Bennassar, el gran fracaso del reformismo republicano fue la ausencia de una reforma agraria más seria. El proceso cuasirrevolucionario que estalló más tarde en la primavera de 1936 no hizo tanto por rectificar el problema como por contribuir a que comenzara la guerra. Bennassar rechaza la versión simplista y políticamente correcta según la cual un grupo de conspiradores militares iniciaron el conflicto en julio de 1936 por razones puramente egoístas, viendo el estallido de la guerra como un proceso interactivo más complejo en el que se vieron involucradas tanto la izquierda como la derecha. Como parece inevitable en historias en un solo volumen, los aspectos militares reciben un espacio comparativamente limitado. Tras esbozar los meses iniciales de lucha, Bennassar dedica un largo capítulo a una exposición competente de «Las grandes batallas» desde la campaña del norte de 1937 hasta el final de la guerra para ocuparse seguidamente de otros temas. El aspecto más notable de la primera parte del libro es la sección de veintiuna páginas dedicada a las dos represiones. Aquí se vale de las nuevas investigaciones de la última generación, es cuidadosa y equilibrada y ofrece indudablemente el mejor tratamiento breve de las represiones que pueda encontrarse en ninguna historia de la Guerra Civil en un solo volumen y en ningún idioma. Bennassar señala las diferencias entre las dos represiones, pero también concluye que el énfasis políticamente correcto en la «espontaneidad» de la represión republicana, en contraposición a la de los nacionales, requiere de matices y precisiones considerables. Acepta cautelosamente las conclusiones del volumen Víctimas de la Guerra Civil de Santos Juliá y otros, que tabula el número total de víctimas en ambas facciones y lo sitúa en una cifra superior a las ciento veinte mil personas, pero concluye que durante la guerra misma «la violencia asesina de la revolución igualó a la de la reacción, lo que, además, es lógico, ya que –al menos hasta el final de 1936– la España del Frente Popular contaba con una población mayor». En la segunda parte del libro, el capítulo de veinte páginas que trata de la revolución es breve pero claro y convenientemente matizado. El tratamiento de la política republicana, sin embargo, es demasiado breve y no puede hacer por ello plena justicia a todas las complejidades en juego. No se sacan a colación los matices completos de la política soviética y la conclusión de que la política republicana tendió «hacia un modelo estalinista» es quizá demasiado fuerte. Las políticas comunistas triunfaron, al menos hasta el inicio de 1939, pero el plan soviético para la República en aquel momento no era el estalinismo pleno sino la «República Popular», un modelo desarrollado en primer lugar para Mongolia en 1924, que permitió un semipluralismo limitado, si bien bajo dominio soviético.

Como se ha indicado previamente, la tercera parte del libro es la más original.Aquí Bennassar presenta importantes nuevas investigaciones propias sobre la política francesa relativa a los exiliados republicanos en Francia y sobre las condiciones de éstos durante el período inmediatamente posterior a la guerra. Estos datos proporcionan una gran cantidad de información nueva sobre la situación de los emigrados que corrige las impresiones habituales de la indiferencia oficial francesa, aunque revelan también en cierto detalle los puntos débiles de la política gala –especialmente en los estadios iniciales– y los sufrimientos experimentados por los exiliados en los campos franceses. Bennassar examina también brevemente la reconstrucción de los grupos políticos republicanos en el extranjero y la notable contribución de los exiliados a la Resistencia y a las fuerzas militares francesas de liberación. También expone las condiciones de vida de los exiliados en la sociedad francesa durante los años posteriores y su contribución a la economía del país. La última parte examina también la naturaleza y el alcance de la represión franquista dentro de España durante el período inmediatamente posterior a la Guerra Civil y concluye con un resumen del «exilio interior» de la izquierda en España y su oposición a la dictadura durante los años cuarenta. Las secciones que tratan de los exiliados en Francia constituyen una importante contribución a la historia de las secuelas de la Guerra Civil.

El libro concluye apropiadamente con breves observaciones sobre la memoria histórica de la Guerra Civil y las actitudes contemporáneas hacia ella.

Bennassar tilda la reciente formación de la «Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica» de Emilio Silva de «legítima y necesaria», aunque añade a continuación que «siempre que esta "recuperación" sea total, diferenciada, precisa y dirigida con método y rigor». Por ello rechaza el libro de Silva y Santiago Macías, Las fosas de Franco, como «un modelo a no imitar» por su confusión y exageración (aquí supongo que se refiere a la segunda mitad de Macías). Bennassar rechaza los argumentos de los «rupturistas» de que debe culparse a la transición democrática por su política de amnistía total para todos con objeto de enterrar el pasado de una vez para siempre. Concluye que «no había otro camino que la transición democrática» en la forma en que se llevó a cabo. Cualquier intento de reabrir la Guerra Civil habría conducido simplemente a un nuevo desastre.

Para aquellos que siguen buscando la reivindicación de la República en los años de la guerra, Bennassar señala el talón de Aquiles de este tipo de argumentos: la falsa suposición de que existía una única República unida. Pregunta: «¿Qué República estaba reivindicándose?» ¿La de Azaña que, como subraya, ya había concluido antes del 18 de julio? ¿La del socialismo revolucionario caballerista? ¿La del «comunismo libertario» anarquista? ¿La del leninismo revolucionario del POUM? ¿La República Popular de los comunistas? Escribe que Julián Besteiro, la única figura verdaderamente heroica y moral de este grupo, por su resuelta oposición a la violencia, la guerra civil y cualquier provocación que diera lugar a ella, había suscitado la delicada pregunta de qué habría pasado si la República hubiese ganado.

En Estados Unidos, uno de los más activos veteranos del Batallón Lincoln a la hora de mantener la memoria histórica de las Brigadas Internacionales es el anciano carpintero Abe Osheroff. Se trata, sin embargo, de un veterano independiente y un hombre honesto, no uno de los comunistas nostálgicos de los oficial y falazmente bautizados como Veteranos de la Brigada Abraham Lincoln. Cuando le pregunté hace varios años qué habría sucedido si su facción hubiese ganado, contestó sencilla y honestamente: «Otro desastre».

Bennassar concluye afirmando lo siguiente: «Habrá de pasar mucho tiempo hasta que las plenas dimensiones de la memoria queden abiertas para todo el mundo. Su exploración pondría fin a muchas frustraciones. También traerían consigo algunas sorpresas». Sabias palabras de un hispanista magistral.

Traduccion de Luis Gago

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Bibliografía sobre la Guerra Civil

El profesor Fernando Puell reseña dos nuevos libros sobre la Guerra Civil aparecidos en 2006. El artículo se publicó en Revista de Libros de la Fundación Caja Madrid. Se accede a la versión digital en dicha publicación en este enlace.





Nuevos títulos sobre la Guerra Civil

Fernando Puell de la Villa

PROFESOR DE HISTORIA MILITAR EN EL INSTITUTO UNIVERSITARIO GENERAL GUTIÉRREZ MELLADO DE LA UNED

nº 114 · junio 2006

Geoffrey Cox,
LA DEFENSA DE MADRID,
Ed. e introd. de Martin Minchom
Oberon, Madrid 300 pp. 19 euros

Luis Díez
LA BATALLA DEL JARAMA
Oberon, Madrid 270 pp. 19 euros

Durante seis meses, de octubre de 1936 a marzo de 1937, Franco intentó sin éxito adueñarse de la capital de España. El primero y más sonado revés lo sufrió en noviembre, cuando el ataque frontal de sus columnas de mercenarios coloniales, apoyadas por blindados y aviones alemanes e italianos, fue detenido a orillas del Manzanares. El segundo, cuando esas mismas tropas trataron de envolver la ciudad por el norte en diciembre y enero, y quedaron detenidas ante las tapias del monte de El Pardo. El tercero, a orillas del Jarama, cuando quisieron envolverla por el este en febrero.Y el cuarto, cuando treinta mil camisas negras del Corpo di Truppe Volontarie (CTV), enviados por Mussolini, fueron derrotados en marzo, en Guadalajara, en un postrer conato de envolvimiento.


Los libros que tenemos hoy entre las manos hablan del primero y del tercero de estos intentos fallidos. Podría decirse que ambos pertenecen al género periodístico, al estar respectivamente escritos por un corresponsal de guerra y por un periodista de investigación, pero el saldo final arroja un resultado bastante diferente. El que versa sobre la defensa de Madrid en noviembre de 1936, redactado casi al hilo de los acontecimientos, es obra de un testigo presencial y su vivacidad capta la atención del lector desde la primera página. Sin embargo, la enésima crónica de la batalla del Jarama resulta algo premiosa, y sobre todo confusa, tal vez debido a que el autor no ha sido capaz de expurgar el exceso de información acumulada, sin duda obtenida laboriosamente a través de un concienzudo rastreo de las innumerables fuentes disponibles.

El neozelandés Geoffrey Cox, que acababa de graduarse en Oxford, era un alevín de periodista cuando, a finales de octubre de 1936, el director del News Chronicle –único periódico londinense, además del Manchester Guardian, que apoyaba sin ambages la causa de la República española– le confió la efímera y azarosa misión de narrar la inminente entrada de las tropas de Franco en Madrid. Su primer reportaje se publicó al día siguiente del frustrado ataque de la brigada de Enrique Líster contra el flanco de las columnas franquistas que avanzaban por las carreteras de Toledo y Andalucía, apenas a treinta kilómetros de Madrid (30 de octubre), y la última cuando su director le ordenó regresar al languidecer los combates en el Manzanares, diez días después de que Franco renunciara al ataque frontal y optara por iniciar acciones de envolvimiento (4 de diciembre). Madrid había dejado de ser noticia de primera plana y el escándalo de la abdicación de Eduardo VIII para casarse con una divorciada ocupaba todos los titulares.

Entre ambas fechas, Cox había relatado puntual y brillantemente cuantos acontecimientos condujeron a la derrota franquista, con especial énfasis en la reacción popular, las llegadas de las brigadas internacionales y los anarquistas catalanes, y los trágicos efectos de los bombardeos aéreos sobre la población civil. Al volver a Londres, todavía bajo el impacto de aquella singular vivencia, decidió recopilar sus recuerdos en un libro que, terminado de redactar en febrero de 1937, llegó a las librerías al mes siguiente con el título Defence of Madrid.

Puede considerarse afortunado que el hispanista británico Martin Minchom haya rescatado del olvido el primer libro publicado sobre el tema en todo el mundo, y nos lo ofrezca traducido al castellano y precedido de un interesante comentario introductorio, que aconsejaría leer después de terminar los capítulos de Cox.También recomendaría a quien decida comprar el libro que compruebe que no estén en blanco doce páginas, correspondientes a la parte de Cox, como ocurrió con el ejemplar utilizado para este comentario.

La lectura del libro de Cox resulta interesante y placentera, aunque poco aporte para el esclarecimiento de unos hechos sobradamente conocidos y exhaustivamente analizados, pero son varios los peros que pueden ponerse al de



Luis Díez, corresponsal de El Periódico de Cataluña en Madrid, dedicado a la batalla del Jarama y que es su primera incursión en la historia de la Guerra Civil. Luis Díez demuestra su vocación y capacidad investigadora al hacer patente que ha cotejado en profundidad la práctica totalidad de los documentos, memorias y monografías existentes sobre esta batalla. Sin embargo, su afán por no dejarse nada en el tintero –o en la memoria del ordenador, deberíamos mejor decir ahora– podrá acabar confundiendo al lector interesado en hacerse una idea de conjunto sobre lo que pasó en aquellos cerros hace casi setenta años.

Excepción hecha de la introducción, certera, clara y precisa, el libro es un clásico ejemplo del dicho de que los árboles no dejan ver el bosque. Sólo el especialista en la Guerra Civil apreciará la excelencia del trabajo realizado, aunque advertirá algunos errores menores, que en general no quitan mérito a la obra. Sin embargo, el lector poco avezado se sentirá confuso ante la abrumadora referencia a personajes y unidades combatientes, y echará de menos algún tipo de organigrama o tabla que le permita identificar sin esfuerzo a unos y otras.También se lamentará de la casi total ausencia de mapas donde localizar topónimos y poder seguir el curso de los combates, pues sólo figura uno, tal vez demasiado esquemático y tan perdido en el texto que no le será tarea fácil localizarlo cuando quiera volver a consultarlo.

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Recursos didácticos: Mapas conceptuales

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Recursos didácticos: presentaciones

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Recursos didácticos: vídeos

Gracias a páginas como http://www.youtube.com/

están al alcance de cualquier alumno y persona interesada en la historia, una serie de vídeos y documentales sobre la guerra civil. A continuación se indican algunos destacados:

La Segunda República:





El Gobierno del Frente Popular:


El fracaso de la Segunda República y los orígenes de la Guerra Civil:




Desarrollo del conflicto militar:




La sublevación militar del 18 de julio de 1936:

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Historiografía francesa reciente sobre la Guerra Civil

El historiador Michael Seidman analiza dos aportaciones de la historiografía francesa sobre nuestra guerra civil. La reseña apareció en Revista de Libros de la Fundación Cajamadrid (nº 110, febrero 2006). El enlace directo aquí.

François Godicheau
LA GUERRE D’ESPAGNE: RÉPUBLIQUE ET RÉVOLUTIOn EN CATALOGNE (1936-1939)
Odile Jacob, París
François Godicheau
RÉPUBLICAINS ESPAGNOLS EN MIDI-PYRÉNÉES: EXIL, HISTOIRE ET MÉMOIRE
Presses Universitaires du Mirail, Toulouse

Los hispanistas franceses del siglo XX han realizado importantes contribuciones al estudio de la historia española. La generación de los Annales ­Fernand Braudel, Pierre Chanu y Pierre Vilar­ lo hicieron centrándose en la longue durée en la Península Ibérica en la Edad Moderna. Los annalistes estaban haciendo constantemente malabarismos con la estructura y la coyuntura, y equilibrando el largo y el corto plazo.Vilar se diferenció de sus compañeros modernistas firmando una historia de la Guerra Civil española, La Guerre d'Espagne, que es ­significativamente­ el término con que se conoce en Francia la guerra civil de 1936 a 1939. Este breve estudio (sólo 124 páginas en cuerpo grande) se publicó en 1986 en la popular colección «Que sais-je?» de libros accesibles y a precio económico y conserva su valor por su análisis de cómo las estructuras de la sociedad española en los siglos XIX y XX se cruzaron con las coyunturas de los años treinta.Vilar ­un devoto materialista­ atribuyó la Guerra Civil a dos tipos de déséquilibres: en primer lugar, déséquilibres structurels, esto es, los problemas creados por una agricultura dominada bien por latifundios o minifundios y la incapacidad concomitante de un sector industrial débil para absorber el exceso de mano de obra; en segundo, déséquilibres régionaux o lo que él llamó «nacionalismos periféricos» en Cataluña y el País Vasco. En comparación con su vecino septentrional, España no había conseguido construir un Estado-nación verdaderamente moderno y se había visto posteriormente desgarrada por una conciencia de clase y nacionalista cada vez mayor. Esta síntesis de diferentes tipos de tiempo histórico ­geográfico, demográfico, económico, social, militar y político­ se encontraba ya en otros historiadores franceses de la Guerra Civil.Antes de la Guerre de Vilar, en 1961, los marxistas trotskisants Pierre Broué y Émile Témine, en su La Révolution et la guerre d'Espagne, examinaron la lucha y la revolución de los trabajadores en un país semifeudal que, como apuntaba Vilar, no era realmente una nación. En los años ochenta, Guy Hermet, un especialista en el catolicismo español, subrayaba, asimismo, la naturaleza arcaica de la sociedad española en los años treinta y tildaba su propia Guerre d'Espagne de «la última de las guerras de religión europeas» (p. 17). Una nueva generación de hispanistas franceses, como la representada por François Godicheau en su La Guerre d'Espagne: République et Révolution en Catalogne (1936-1939), se aparta de este afán deseable pero difícil de combinar diversos tipos de historia y ­al igual que gran parte de la historiografía sobre la Guerra Civil española en Estados Unidos y en el Reino Unido, y también en la propia España­ se concentra casi exclusivamente en la política. Esta perspectiva es algo desconcertante, ya que Godicheau es muy consciente de que la obsesión por la política y el deseo expreso de evitar la historia social ha transformado la historiografía de la Guerra Civil en «una isla separada del continente de la historia contemporánea» (p. 13). No obstante, Godicheau dedica sus energías a analizar «la institucionalización de la política», esto es, la integración de la CNT en un Estado republicano gradualmente resucitado. Su concentración en lo político da lugar a ciertos errores. Como Godicheau ve a los trabajadores como una clase politizada al comienzo de la revolución, sobrevalora sistemáticamente su grado de movilización. En Sallent, señala (basándose en estadísticas realizadas por José Antonio Pozo González), el 4,8 por 100 de la población viajó a Madrid para luchar a comienzos de septiembre de 1936. Unas semanas más tarde, en Valls, el 2,1 por 100 de la población partieron como voluntarios para luchar en las milicias. Desde Sant Boi de Llobregat, el 1,2 por 100 partió rumbo a Tardienta. Godicheau afirma que estos luchadores perseguían combatir al enemigo. Pero esta afirmación no resulta convincente sin una investigación más minuciosa. En el verano y el otoño de 1936, numerosos milicianos evitaron realmente luchar con los nacionalistas y, en su lugar, se dedicaron al saqueo. El autor ignora estos actos iniciales de pillaje, que contribuyeron, en gran medida, a infundir temor a los campesinos y a su distanciamiento de la República. De hecho, un año después, estos milicianos ­que representan para el autor el apogeo de la «acción colectiva»­ hicieron de Tardienta una víctima, cuando una fuerza organizada por el supuestamente disciplinado PSUC destrozó y saqueó implacablemente la localidad. El convencional énfasis del autor en las instituciones da lugar a un análisis superficial de la revolución socioeconómica en Cataluña. Para Godicheau, el principal problema planteado por la revolución fue su «institucionalización» por parte del Estado republicano y la reacción correspondiente por parte de las organizaciones políticas y los sindicatos, especialmente la CNT y la FAI, ante el creciente poder estatal. Sin embargo, una perspectiva social y económica revelaría que el principal problema desde el primer día de la revolución, cuando los trabajadores y los campesinos se hicieron con el control de las fábricas y los campos, fue cómo convencer (y, en última instancia, obligar) a estos mismos trabajadores y campesinos para que fueran productivos.

El autor desdeña un examen más minucioso de la productividad, el rendimiento y la distribución en los sectores industrial y agrícola para favorecer, en cambio, una meticulosa discusión de temas ideológicos y políticos. Ignora la escisión entre los sectores urbano y rural, que vino provocada principalmente por los poco prudentes controles republicanos sobre los precios que favorecieron a los trabajadores urbanos y la rápida devaluación de lo que pasó a conocerse como «dinero rojo». La inflación y la inadecuada compensación indujo a que los productores ­ya fueran individualistas o colectivistas­ ocultaran sus productos o volvieran a la autarquía. Lo que hace Godicheau, en cambio, es seguir la tradicional perspectiva político/diplomática de la izquierda y culpa de la falta de comida en la zona republicana al «embargo [...] impuesto por el pacto de no intervención» (pp. 162-163). Sin embargo, los embargos ­bien los proclamados por el Comité de No Intervención o por las Leyes de Neutralidad estadounidenses­ afectaban a los soldados y al equipamiento militar, no al suministro de alimentos. El desinterés de Godicheau por la historia social y económica no le impide realizar una sólida contribución a la historia de la justicia republicana y a la de la CNT. Su concienzudo trabajo en los archivos le permite establecer con más precisión que nunca anteriormente el número de militantes de diversos partidos y sindicatos que fueron arrestados en Cataluña durante el conflicto. Concentra sus diligentes esfuerzos en la represión de la CNT, el aislamiento de sus elementos radicales y la consiguiente integración de la Confederación en el Estado republicano.



La represión oficial contra los militantes de la CNT fue a menudo ineficaz, ya que los jurados, que estaban integrados por representantes de todas las principales organizaciones, absolvían frecuentemente a los acusados. La justicia «popular» no ratificó los deseos de los comunistas, especialmente el PSUC. Al contrario que muchos historiadores, que defienden que los Días de Mayo de 1937 destruyeron la influencia y el poder de la Confederación, Godicheau muestra que militantes de base e importantes líderes de la CNT siguieron disfrutando de poder e influencia en Cataluña después de mayo. Por ejemplo, el número de simpatizantes de la CNT entre los guardias de asalto que llegaron a Barcelona en junio de 1937 tras los famosos Días de Mayo ascendía a dos mil. La CNT hubo de afrontar una situación que difería, al menos en grado, del resto de organizaciones. A partir de mayo de 1937, cientos de sus militantes fueron arrestados. Algunos de ellos, como sucedía en partidos rivales y en los sindicatos, eran oportunistas o delincuentes; otros, sin embargo, eran auténticos anarquistas o sindicalistas. Al principio, los líderes de la CNT, convencidos de que los prisioneros eran criminales o irresponsablemente radicales, los ignoraron. Sin embargo, los cenetistas se aliaron en la cárcel con los presos poumistas y formaron un ruidoso grupo de «prisioneros antifascistas» que hicieron campaña activa y públicamente a favor de sus «derechos». En una espléndida reconstrucción de la vida en prisión, Godicheau muestra cómo, en la Modelo de Barcelona, los antifascistas organizaban asambleas generales, reuniones políticas y festivales. Finalmente, sus protestas prendieron la atención de una parte de las bases de la CNT, que presionaron a sus dirigentes para que ayudaran a aliviar la difícil situación de los prisioneros. El Comité propresos fue parcialmente eficaz desde que ­irónicamente­ los dirigentes empezaron a integrarse cada vez más en el Estado republicano y pudieron progresivamente llegar a acuerdos con ministros y burócratas. Godicheau traza una similitud entre la posición de la CNT en 1938 y la de la UGT en la dictadura de Primo de Rivera. Se trata de una comparación perspicaz, pero exagera cuando afirma que los historiadores del anarquismo han ignorado las divisiones en el seno de la CNT durante la Guerra Civil. Por el contrario, la historiografía de ultraizquierda está cargada tradicionalmente de críticas a la «capitulación» de los dirigentes de la CNT. Ni tampoco la «bolchevización de la CNT» ­esto es, centralización y autoritarismo­ fue simplemente una consecuencia de la guerra, como afirma el autor: la Confederación contaba con una poderosa corriente «bolchevique» incluso antes del conflicto. Además, la CNT fue siempre más productivista de lo que admite Godicheau. En este sentido, su pacto del 18 de marzo de 1938 con la UGT difícilmente puede tildarse de una «renuncia» de sus «posiciones tradicionales».


El productivismo que caracterizó el pacto CNT-UGT ­ambas organizaciones acordaron que los trabajadores habían de trabajar más y mejor para la causa­ estuvo presente en todo momento en la tradición anarquista y podría remontarse a los comienzos de la Primera Internacional, cuando Marx y Bakunin se «abrazaron», siquiera brevemente. La represión del POUM se halla muy bien diseccionada. Godicheau sitúa los juicios de los militantes y simpatizantes del POUM en el contexto de una ofensiva en la segunda mitad de 1937 contra los «traidores», los «derrotistas» y cualesquiera que perturbaran una vagamente definida (aunque ciertamente inexistente) «disciplina social» (p. 208) en una República desesperada y militarmente a la defensiva. La policía y los fiscales trataban de establecer sistemáticamente, a la manera paranoica de los juicios ejemplares de Moscú, que el antiestalinismo era el equivalente del fascismo. Los agentes secretos soviéticos torturaron y asesinaron a Andreu Nin, pero sus colegas fueron juzgados y declarados culpables únicamente de antirrepublicanismo, es decir, de «romper la disciplina colectiva, tan necesaria durante estos peligrosos tiempos». En contraste con el modelo soviético, las medidas arbitrarias e ilegales se encontraron con la oposición del admirable ministro de Justicia, Manuel de Irujo, y de otros no comunistas que formaban parte del gobierno. El asunto de los cementerios clandestinos también confirmó la politización de la justicia republicana y, al mismo tiempo, sus vestigios de imparcialidad. En el verano de 1937, el juez Bertrán de Quintana investigó los asesinatos que se habían producido hacía un año en diversas localidades de Cataluña. En Sitges, el juez implicó a veintiséis hombres de la CNT, veintiuno del POUM, veinte del PSUC, quince de ERC y ocho de Estat Català en los asesinatos de docenas de personas durante el primer verano de la Guerra Civil. La ecuanimidad de Bertrán de Quintana, especialmente su acusación de militantes del PSUC, resultaría fatal para su investigación. El PSUC se negó a permitir las detenciones de sus militantes, exigió y más tarde consiguió su inmediata liberación, y acusó al juez de debilitar la causa antifascista. La influencia del PSUC y su coalición con otros partidos y sindicatos catalanes impidió eficazmente que se llevaran a cabo los arrestos y los juicios no sólo en Sitges, sino también en ciudades y pueblos de toda Cataluña. En vista del gradual derrumbamiento de la República y de un afán creciente de supervivencia individual, las élites políticas republicanas ­ya fueran comunistas, socialistas, catalanistas o anarquistas­ pasaron a estar cada vez más aisladas del resto de la población y se mostraron reacias a permitir las acciones judiciales contra sus propios militantes. Es posible que la justicia en la zona republicana no se viera totalmente sovietizada, pero tampoco fue justa ni democrática. Lo que hizo en realidad fue parecerse cada vez más a los procedimientos arbitrarios y politizados de su enemigo nacionalista. El autor disecciona numerosos archivos locales y demuestra «la multiplicación de las conductas individualistas dedicadas a la supervivencia» y, como respuesta, el creciente autoritarismo del Estado republicano a finales de 1938 y comienzos de 1939. En su fase final, Godicheau aprecia correctamente que las masas hambrientas habían abandonado la revolución y pasaban, en cambio, gran parte de su tiempo intentando sobrevivir y, especialmente, comer.Acusaciones de «derrotismo», «espionaje» y «traición» pasaron a ser tan habituales como carentes de significado. Sin embargo, el autor no consigue ubicar cronológicamente este cinismo generalizado en la zona republicana. Lo contempla como un fenómeno novedoso que estaba ligado a la inminente derrota republicana y no observa la continuidad entre este galopante individualismo y el anterior oportunismo de las masas. Por ejemplo, la búsqueda de un carnet de miembro de un partido de izquierda o un sindicato se manifestó no sólo al final de la guerra, como indica el autor, sino al comienzo mismo, contradiciendo así la afirmación inicial de Godicheau de movilización de masas y politización de los trabajadores. Del mismo modo, el autor da cuenta correctamente de los saqueos y otros abusos de los carabineros y los agentes del SIM en 1938 y 1939, pero ignora idénticos tipos de conducta por parte de los milicianos en 1936. El uso que hace el autor de habitus y «capital cultural» revela que la jerga promovida por Pierre Bourdieu podría haber pasado a ser de uso obligado en algunos sectores del mundo académico francés contemporáneo. Pero estos conceptos no favorecen nuestra comprensión de, por ejemplo, la relación entre los dirigentes de la CNT y sus afiliados de base, que supuestamente adoptaron una actitud de pasividad debido al prestigio del «capital cultural» de sus líderes.

El propio autor reconoce que las rebeliones contra la cúpula de la CNT le privaron rápidamente de gran parte de su autoridad entre los militantes de base. Godicheau plantea una pregunta provocadora: «¿Por qué la Guerra Civil se ha convertido en este extraño período cuya cronología ya se ha consolidado y se ha transformado en unas fronteras fijas?». Esta espléndida cuestión y su tendencioso interrogante relativo a la abrumadora naturaleza política de la guerra no puede responderse en un libro cuyo título ­al igual que la práctica totalidad de obras dedicadas al tema­ sitúa temporalmente la Guerra Civil entre 1936 y 1939.Tampoco trata adecuadamente la revolución La Guerre d'Espagne: République et Révolution en Catalogne (1936-1939), especialmente su naturaleza social y económica. Se trata, en el mejor de los casos, de una valiosa historia de determinados aspectos políticos y legales de la experiencia republicana en Cataluña. Républicains espagnols en Midi-Pyrénées: Exil, Histoire et Mémoire es más política si cabe. El título del ensayo introductorio, «Hommage aux républicains espagnols de l'exil», escrito por Martin Malvy ­antiguo ministro, presidente del Grupo Socialista en la Asamblea Nacional (1993-1997) y presidente de la región de Midi-Pyrénées desde 1998­ revela la orientación de esta colección de más de cincuenta ensayos relativos a la Guerra Civil y al posterior exilio francés de aproximadamente 460.000 republicanos españoles, de los que 170.000 eran civiles. Geneviève Dreyfus-Armand y otros autores ilustran la respuesta ambivalente del Gobierno francés hacia los refugiados republicanos españoles. Por un lado, Francia acogió en los años treinta el mayor número de inmigrantes de todo el mundo. El medio millón de exiliados españoles republicanos supuso la mayor oleada individual de refugiados que había acogido nunca el país. Por otro, el tratamiento de los exiliados fue en un principio vergonzoso. Fueron confinados en «campos de internamiento» (el vocabulario es importante) en los que las condiciones iban de la incomodidad al horror. Hasta después de la Segunda Guerra Mundial no se concedió a los españoles el estatus legal de refugiados políticos que se había otorgado a los rusos y a los armenios durante el período de entreguerras. En 1952, los republicanos españoles, cuyo número se había visto acrecentado por los movimientos clandestinos de miles de antifranquistas de 1947 a 1949, constituían el contingente más numeroso de refugiados políticos en Francia. Dreyfus-Armand señala que decenas o quizá centenares de miles de estos refugiados, especialmente los miembros de las profesiones liberales e intelectuales, abandonaron Francia para regresar a España o para iniciar un nuevo exilio en Latinoamérica. Pero el grueso de los que permanecieron en Francia establecieron un modelo de movilidad social para ellos mismos y para sus hijos y crearon un modelo satisfactorio de integración. José Martínez-Cobo amplía el estudio de Dreyfus-Armand sobre la integración española en la sociedad francesa. En sus primeros años de exilio, a los españoles que ejercían profesiones liberales ­medicina, derecho, arquitectura, enseñanza­ las asociaciones profesionales francesas proteccionistas y xenófobas les impidieron a menudo que las practicaran.

En general, la situación de los refugiados españoles mejoró después de la Segunda Guerra Mundial, cuando el parlamento francés y las Naciones Unidas colaboraron en la creación de una organización, la Office pour la Protection des Réfugiés et Apatrides, que protegiera sus derechos. Denis Peschanski defiende que en 1938 los funcionarios franceses no esperaban un flujo tan numeroso de refugiados que, afirma, era «la mayor masa que nunca había aceptado un país democrático» (p. 125). Creían, en cambio, que los nacionalistas sellarían la frontera y apresarían a las tropas republicanas que quedaran en Cataluña. Las autoridades francesas, que no estaban preparadas para la avalancha, internaron a 350.000 personas nada más entrar en Francia. Peschanski plantea una útil distinción entre las políticas de la Tercera República y de Vichy: «Una sorprendida Tercera República adoptó medidas de emergencia [de internamiento], mientras que Vichy excluyó deliberadamente [a sectores de la población]» (p. 129). En la misma línea, una sólida contribución de la Amicale des Anciens Internés du Camp du Vernet d'AriègeOnac subraya que la Francia de entreguerras se convirtió en un refugio para los antifascistas italianos, los antifranquistas españoles, los antinazis alemanes y los judíos sin hogar. Bartolomé Bennassar explora el importante pero relativamente desconocido papel de los refugiados españoles en la economía francesa de 1939 a 1941. Bennassar traza un panorama generalmente positivo y sensible de una administración francesa que movilizó a los españoles internados para que realizaran labores agrícolas e industriales. Basándose en fuentes primarias previamente inexploradas, Bennassar cuenta cómo miles de refugiados españoles ayudaron a los franceses durante la «drôle de guerre» de 1939 a 1940. Otros ensayos demuestran su sobresaliente contribución a la Resistencia. De particular importancia es la contribución de Joseph Parello, que afirma que de los primeros siete mil voluntarios que se unieron a la Francia Libre del general De Gaulle en julio de 1940, mil eran españoles. Idéntico número de españoles perdieron sus vidas durante la Batalla de Francia. Al menos cinco mil fueron capturados en 1940 y se convirtieron en los primeros deportados procedentes de suelo francés que murieron en Mauthausen. Muchos trabajadores españoles en Francia prefirieron alistarse en la Legión Extranjera francesa, donde se convirtieron en el grupo extranjero más numeroso, en vez de construir el Muro Atlántico para los alemanes. Los legionarios franceses de origen español transfirieron rápidamente sus lealtades a los Aliados durante la campaña norafricana.Tal fue su valentía a lo largo de toda la guerra que el general Leclerc les confirió lugares de honor en las primeras filas de las tropas que liberaron París en agosto de 1944. Varios artículos, incluido uno muy útil sobre Cantabria de Jean Ortiz, tratan del intento fallido de los exiliados españoles de liberar España (una nueva reconquista) tras la victoria aliada. Estos ensayos proporcionan valiosas informaciones, pero no exploran satisfactoriamente las razones para la falta de éxito de los guerrilleros. Una serie de contribuciones se centran en los campamentos, ciudades, instituciones, asociaciones y départements que acogieron, aceptaron o recibieron con los brazos abiertos a los refugiados españoles. Jean-François Berdah firma un excelente artículo sobre los españoles en el département de Ariège en el que muestra que la demanda de mano de obra dio lugar rápidamente a la liberación de muchos españoles de campos de internamiento y contribuyó a incorporarlos a la sociedad francesa.Tampoco se muestra Berdah tan reacio como algunos otros autores a atribuir el fracaso de la reconquista republicana a la falta de apoyo popular en España.

Tanto Berdah como Dreyfus-Armand resaltan la simpatía del pueblo francés por los exiliados republicanos, un sentimiento que contrastaba vivamente con la tacañería o, en el mejor de los casos, el pragmatismo del Gobierno francés. Esta división entre simpatía popular y frialdad gubernamental anticipaba la escisión similar que se produciría en los últimos años de la Segunda Guerra Mundial en relación con el tema del tratamiento de los judíos en suelo francés. El laudable intento de registrar el sufrimiento y la resistencia de los republicanos españoles da lugar, en ocasiones, a exageraciones ridículas.Wilebaldo Solano, un antiguo e «incansable» militante del POUM, afirma que durante la ocupación alemana de Francia «las vidas de los españoles corrieron tanto peligro como las de los judíos» (p. 189). Esta afirmación ignora con seguridad la sistemática política alemana ­generalmente promovida o secundada por las autoridades francesas­ tras la primavera de 1942 de deportar a casi todos los hombres, mujeres y niños judíos. Las mujeres y los niños españoles no afrontaron los mismos peligros que sus homólogos judíos y los hombres españoles tuvieron la oportunidad de trabajar para los ocupantes alemanes en condiciones relativamente buenas. A pesar de la propaganda alemana de que el nazismo no estaba en guerra con Francia o Inglaterra sino con el «capitalismo judío internacional» (p. 311), sólo un reducido número de españoles aceptaron la oferta alemana, y muchos de ellos desertaron rápidamente. Las contribuciones sobre la política y la cultura de los exiliados en la Francia de la posguerra son, por lo general, esclarecedoras. Antonio García Duarte aborda la historia del PSOE en Francia. Revela que en 1961 el presidente De Gaulle cedió a las protestas del Gobierno español y prohibió El Socialista, Solidaridad Obrera, CNT y España Libre. En términos más generales, el PSOE moderó durante su exilio su supuesto radicalismo y empezó a concertar alianzas con la derecha moderada. El artículo de Bruno Vargas sobre Rodolfo Llopis relata cómo este antiguo radical, que se había situado cerca de la facción de Largo Caballero en el partido, se convirtió en un demócrata y europeísta convencido durante su larga estancia en Francia. Durante la Guerra Fría, Llopis aceptó la pax americana como «el mal menor» (p. 205). Antonio Palomares Vinuesa, un militante del PCE y político durante muchos años, ofrece una perspectiva diferente. Palomares señala que sus «objetivos» fueron siempre «paz, libertad, justicia y cultura» (p. 213), pero nunca reconoce o reflexiona sobre el persistente estalinismo que definió a su partido. Mientras que los artículos sobre la inmigración española son generalmente útiles, los tratamientos de la Segunda República y la Guerra Civil son repetitivos y simplistas. Esta colección necesitaba un editor que pudiera haber coordinado las contribuciones, eliminado redundancias y establecido directrices sistemáticas (por ejemplo, algunos ensayos tienen notas finales y otros no). Desde mi punto de vista, el consenso defendido por Geneviève Dreyfus-Armand, Jean-François Berdah y François Godicheau de que la República estaba predestinada a perder porque sus enemigos recibieron ayuda de la Alemania nazi y la Italia fascista es demasiado determinista, ya que ignora cómo las políticas y las prácticas de la propia República contribuyeron a su destrucción. El estudio de los colectivos de la zona republicana es algo superficial.Abel Paz, militante e historiador de la CNT, traza un cuadro muy romántico y elogioso de los colectivos urbanos y rurales. Ignorando la evidencia en sentido contrario, afirma que los colectivistas «solucionaron el problema de la renta» (p. 96) y que «la revolución no fracasó sino que fue derrotada militarmente» (p. 97). En consonancia con la hipérbole militante que asoma esporádicamente a lo largo de la colección, la draconiana y arbitraria represión de los republicanos por parte de Franco aparece tildada de «genocidio» (p. 108)1. Estamos, en suma, ante una colección de ensayos irregular. Sus fotografías y otros elementos gráficos se traducen en un hermoso libro en el que incluso los aficionados de los carteles de la Guerra Civil pueden encontrar ilustraciones que no se han reproducido nunca en otras obras impresas. Su comprensiva, si es que no romántica, visión de la Segunda República revela una visión simplista de la Guerra Civil. Su tratamiento de los exilados republicanos es más matizada y muy esclarecedora. Los mejores capítulos de esta obra y los de Godicheau expresan la ininterrumpida vitalidad de la tradición historiográfica francesa, a pesar de que el ámbito y el alcance de los historiadores contemporáneos son, a un tiempo, más político y menos ambicioso que los de sus predecesores. Traducción de Luis Gago

1. Sobre este tema, véase Julius Ruiz, «A Spanish Genocide? Reflections on the Francoist Repression after the Spanish Civil War», Contemporary European History, vol. 14, núm. 2 (2005), pp. 171-191.

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Investigación histórica: Segunda República y guerra civil (1931-1939)


Entre los libros y novedades que tratan la Guerra Civil destaca una reciente investigación de Frank Schauff que revisa la implicación de la Unión Soviética en el conflicto. La importancia reside en el manejo de documentación de los archivos de la Unión Soviética abiertos a los historiadores en las últimas décadas tras la desaparición del régimen soviético.
Ángel Viñas, un reconocido historiador especializado en este periodo, analiza las aportaciones del libro y también indica las deficiencias que en él aparecen (como ciertos errores en la contextualización española de la guerra española).

LA VICTORIA FRUSTRADA. LA UNIÓN SOVIÉTICA, LA INTERNACIONAL COMUNISTA Y LA GUERRA CIVIL ESPAÑOLA
Trad. de Guillermo Sans
Debate, Barcelona, 526 PP.

Se reproduce a continuación la reseña de Ángel Viñas. Se puede consultar en la
edición digital de Revista de Libros de la Fundación Caja Madrid clicando en este enlace.


Aportaciones para una reescritura de la Guerra Civil española

Ángel Viñas
CATEDRÁTICO DE ECONOMÍA APLICADA EN LA UNIVERSIDAD COMPLUTENSE

nº 159 · marzo 2010

Frank Schauff
LA VICTORIA FRUSTRADA. LA UNIÓN SOVIÉTICA, LA INTERNACIONAL COMUNISTA Y LA GUERRA CIVIL ESPAÑOLA
Trad. de Guillermo Sans
Debate, Barcelona 526 PP. 24,90 €

Es habitual afirmar que la Guerra Civil tuvo, desde su comienzo mismo, una vertiente exterior que resultó fundamental. Es menos intuitivo afirmar que fue, precisamente, la inserción de los vectores externos sobre el resultado del semifracasado/semiexitoso golpe militar (ya buscada por algunos de los conspiradores) la que creó las condiciones necesarias y suficientes para que el conflicto se prolongase durante casi tres años tanto en los campos de batalla de España como en las cancillerías, principalmente europeas.



La exploración de la vertiente exterior tiene tras de sí una ilustre historia. Como muestran los casos de Hugh Thomas, Gabriel Jackson y Herbert R. Southworth, las primeras reconstrucciones globales hechas por historiadores extranjeros (de los que escribían en España mejor es no hablar) le otorgaron una gran importancia. Más tarde se produjo una reacción de corte casticista y profranquista que trató de disminuirla todo lo posible, aprovechando la impagable ventaja de la censura que ejercía el poco lamentado Ministerio de (Des)Información. Tal orientación, profundamente reaccionaria, fue a su vez rebatida por nuevos autores extranjeros (por ejemplo, Michael Alpert, John C. Coverdale, Jill Edwards, Helen Graham, Morten Heiberg, Manfred Merkes y Paul Preston, entre muchos otros) y españoles (valgan los casos de Ricardo Miralles, Enrique Moradiellos, Fernando Schwartz, Hipólito de la Torre, Javier Tusell y quien esto escribe). Todos ahondaron en la política de aquellos países centrales que, con sus acciones y omisiones, facilitaron la derrota de la República y el triunfo de Franco. Autores, hay que subrayarlo, que acudieron esencialmente al material primario de la época remansado en archivos españoles y de fuera de España.

La no intervención y las políticas del Tercer Reich, de la Italia fascista, de Gran Bretaña y de Estados Unidos llamaron la atención en primer lugar. Quedaron lagunas importantes que poco a poco han ido colmándose. La continuada desclasificación de documentos británicos ha demostrado que no todo estaba dicho acerca del crucial papel de los gobiernos de Londres en la ayuda a Franco y en las cortapisas al régimen republicano. No existe, sin embargo, una monografía aceptable sobre las relaciones hispano-francesas. Sería interesante especular acerca de las razones (¿egohistóricas?, ¿de bochorno tardío ante el papel desempeñado por la Grande Nation?) por las cuales ningún autor del país vecino ha acometido tal tarea.

En cambio en los últimos diez años el conocimiento de la política soviética, la tradicional laguna de la máxima importancia, ha avanzado considerablemente. Y, como testimonio del cambio de circunstancias, en tal ámbito han estado presentes desde el primer momento autores españoles (Antonio Elorza y Marta Bizcarrondo).



El caso soviético es paradigmático de los innumerables lastres que han pesado sobre la historiografía de la Guerra Civil. En primer lugar, la dificultad de acceso a los archivos relevantes; en segundo lugar, las aleatoriedades en la localización de las fuentes necesarias; en tercer lugar, los condicionamientos que hay que superar a la hora de analizar tales documentos, a saber, la predominancia de perspectivas tradicionales, ya sean –de izquierda a derecha– anarquistas, trotskistas/poumistas, conservadoras, de los guerreros de la guerra fría y, no en último término, pro y neofranquistas. Estas últimas, sin crédito alguno fuera de nuestras fronteras, siguen vivitas y coleando dentro de ellas, al parecer inmutables, atadas y bien atadas, como trasunto ideológico de construcciones tan graníticas del estilo del Valle de los Caídos. También es paradigmático el caso soviético con respecto a la forma en que normalmente se escribe la historia: con la ambición de encontrar nuevas fuentes primarias, y precisando cada vez mejor la forma y manera en que deban abordarse. El conocimiento genuinamente histórico es contingente y avanzar en historia equivale a un tejer y destejer continuos.

De habérseme pedido una recensión del libro de Frank Schauff cuando se publicó por primera vez en alemán en 2004 como derivado de su tesis doctoral, hubiera sido en gran medida en¬tusiasta en lo que respecta a su núcleo (y menos en cuanto se refiere a los aspectos puramente españoles). Conocí al autor cuando era todavía doctorando y, como amablemente recuerda en sus páginas de agradecimientos, no tuve el menor inconveniente en pasarle documentos que le interesaban. Tal recensión hubiera puesto de manifiesto el hecho, que nunca se subrayará lo suficiente, de que es a Schauff, y a otro historiador norteamericano cuya obra apareció el año antes, Daniel Kowalsky (publicada por Crítica), a quienes les corresponde el mérito de haber sido los primeros autores occidentales en entrar en la más amplia gama posible de antiguos archivos soviéticos (Elorza y Bizcarrondo accedieron casi únicamente a los de la Comintern) con el fin de explorar, a partir de documentación de primera mano, los parámetros que definieron la política hacia la República. El lector advertirá que no incluyo a Mary R. Habeck o Ronald Radosh, también norteamericanos, que en 2001 habían dado a conocer una colección de ochenta y un documentos soviéticos relacionados con la Guerra Civil. La razón es que los largos comentarios con que los adornaron son tan sesgados y a veces tan grotescos que lo único que se salva de su obra son los documentos mismos, aunque incluso alguno de ellos fuese adecuadamente manipulado en la traducción. Yale University Press, cuya colección de Anales del Comunismo es una auténtica joya, no se cubrió de gloria con tal publicación y menos sus autores con la tesis fundamental de que, como reconocería el propio Radosh (http://frontpagemag.com/Articles/Printable.asp?ID=1471) el 22 de febrero de 2002, la «Unión Soviética no luchó para preservar la existencia de una república democrática atacada, sino para ganar control sobre el Gobierno republicano a fin de sentar las bases para, caso de haber ganado la República, establecer la primera de tipo popular como las que montaron los soviéticos en la Europa central y oriental después de la Segunda Guerra Mundial».

Pocas son las tesis que en los dos años siguientes quedarían radicalmente inhabilitadas, en este caso merced a los trabajos de Kowalsky y Schauff1 . Sus obras me acompañaron en mis primeras exploraciones en los antiguos archivos soviéticos, y aunque entre ellas existen grandes diferencias analíticas y metodológicas en las que no cabe entrar aquí, sus conclusiones son concordantes. La Unión Soviética ayudó genuinamente a la República; Stalin no aspiraba a establecer un régimen procomunista en España; su política se enmarcó dentro de la perspectiva de reforzamiento de la seguridad colectiva frente a la temida expansión del fascismo y cosechó una derrota.
Se trata de afirmaciones que chocan frontalmente con las dominantes en un tipo de literatura marcada indeleblemente por la óptica de la Guerra Fría. El lector español no tendrá dificultades en situar en ella el best seller de Antony Beevor, autor que apenas si ha hecho uso de documentación soviética que no fuese de naturaleza puramente táctico-militar, pero que no ha tenido el menor inconveniente en pontificar sobre el destino que aguardaría a España –el de un país balcánico cualquiera– en caso de haber vencido la República. Por lo demás, dicha literatura, en la medida en que pretende ser seria, se inserta en el sendero marcado por las construcciones teleológicas de Burnett Bolloten y en un terreno abonado desde tiempos remotos por las fantasías de olvidados desertores soviéticos como Walter Krivitsky y Alexander Orlov (a quien Schauff increíblemente otorga credibilidad) o de publicistas a sueldo de la CIA como Julián Gorkin.




Típico doctorando, Schauff es poco generoso con algunos de sus predecesores rusos que escribieron en los tiempos soviéticos. No he leído a M. T. Meshcheryakov, pero las conclusiones que de éste cita (p. 81) respondieron a lo que las fuentes de archivo españolas que Fernando Hernández Sánchez y yo hemos manejado señalan como percepciones acuñadas en la época. Tampoco demuestra generosidad Schauff con autores como Rybalkin, a quien acusa de seguir prácticamente en la misma línea historiográfica. Alguno de los descubrimientos más sensacionales de este último (asumidos acríticamente y sin la menor atribución por Beevor, en un paradigma de comportamiento que los académicos solemos caracterizar en términos bastante rotundos) Schauff los rechaza sin aducir la menor base documental (p. 413). No se trata, en ningún caso, de un tema baladí: se refiere al momento en que se adoptó la primera medida de ayuda a la República, relacionada en dicha ocasión con el suministro de combustible para la flota. Rybalkin lo sitúa tan tempranamente como el 22 de julio de 1936. Algo que es verosímil si se tienen en cuenta, como se desprende de la documentación de Campsa conservada por Juan Negrín respecto al tráfico petrolífero en el mes de agosto, los envíos que rápidamente se produjeron. Menos explicables son las arremetidas de Schauff contra Kowalsky, a quien reprocha insuficiencia analítica. Su justificación sólo podría encontrarse si la perspectiva del crítico estuviera, por así decir, blindada. No es el caso.
Ni Kowalsky ni Schauff conocen demasiado sobre historia de España o de la Guerra Civil y sus libros se escribieron para un público que sabe incluso menos. Esto no es una crítica. Pero cualquier historiador español tiene el derecho de plantear interrogantes. En la obra objeto de esta reseña no es difícil encontrar multitud de afirmaciones sorprendentes y que un mínimo de conocimientos hubiera tachado o matizado. Así, por ejemplo, en la página 28, la fecha de fundación del PSOE; en la 29, la referida a la guerra de Marruecos; en la 31, a Gil Robles; en la 32, a los miles de efectivos carlistas formados en la Italia fascista o al refugio de Sanjurjo en Portugal para rehuir su condena a muerte; en la 33, al anticipo de la Guerra Civil que habría sido la revolución de octubre o a los más de seis mil izquierdistas asesinados como consecuencia, se supone que con la connivencia del gobierno de la época; en la 40, al asesinato de Calvo Sotelo como si hubiera sido la causa para que los conspiradores diesen la señal para el levantamiento; en la 41, al armamento de los obreros en contra de la voluntad del gobierno de Frente Popular, etc. Digamos, simplemente, que para Schauff (p. 51) durante la Guerra Civil, Cataluña tuvo una situación de práctica independencia o que Prieto dimitió en la crisis de abril de 1938 (p. 155). Son manifestaciones de todo un síndrome. La contextualización histórica de la evolución española antes de la guerra es deficiente.
En la senda de Bolloten, tanto Schauff como Kowalsky consideran la Guerra Civil como si hubiera sido un juego de ajedrez con un solo jugador. Ninguno presta atención a que los dos bandos en lucha –en este caso el republicano– se relacionaron con las potencias exteriores desde perspectivas y con intereses propios y que ambos influyeron algo sobre sus protectores respectivos, aunque en medida y grado muy diferentes. Hitler y Mussolini siempre fueron más asequibles, pero Franco también se comprometió con ellos. Ni Kowalsky ni Schauff utilizan realmente documentos españoles, como si las relaciones hubieran discurrido en una sola dirección y en España no se encontraran fuentes que arrojasen luz sobre la política soviética del período. Tampoco pierde tiempo alguno en abordar críticamente los impactos internos de la ayuda, aparte de constatar que determinó la expansión del PCE, manipulado más o menos a su antojo por los asesores de la Comintern. En el caso de Schauff, hasta llegar a afirmar (p. 195) que «la Comintern, representada por el PCE, acabó siendo la única fuerza política digna de mención que apoyó al Frente Popular y, con ello, a la República».

Lo más granado del libro es, precisamente, el largo capítulo que se dedica a la Comintern. Interesante en cuanto a su contexto amplio, lo que revela la formación del autor como sovietólogo, lo es menos en lo que se refiere al caso específico de España. Congruente con la tesis central de que una construcción teórica errónea acerca de las realidades españolas e internacionales de la época, así como sobre lo que estaba en juego en España, constituyó el factor esencial que explica el fracaso de la política soviética, Schauff sobreenfatiza el papel cominterniano tras un análisis somero de algunas de sus publicaciones y declaraciones más representantivas. Como si en una dictadura de estilo soviético no fuera posible establecer una diferenciación entre la formulación propagandística o para los creyentes y las realidades subyacentes a la acción. De aquí que Schauff afirme de forma rotunda y sin equívocos, a manera de conclusión (p. 346): «Puede afirmarse con seguridad que Stalin y el resto de las personas del círculo más estrecho que tomaron decisiones relativas a España, siguieron por lo general las instrucciones del NKID [Comisariado del Pueblo para Negocios Extranjeros] o del aparato de la Comintern».

Pues no. Se trata de una tesis incorrecta. La Comintern fue el canal por medio del cual el régimen soviético mantenía las relaciones con los diferentes partidos comunistas nacionales. En España, sus únicos interlocutores sólo podían ser el PCE y el PSUC, entre los cuales no faltaron motivos de roce y disensión, en los que Schauff no entra. Pensar que Stalin, que ya entonces dominaba el Politburó y estaba en vías de convertirlo en un instrumento de su estrategia soberana, recibiera «instrucciones» del aparato diplomático soviético o del cominterniano es inverosímil. Pero es que, además, la documentación de la época desmantela tal afirmación.

Incluso en los momentos culminantes del «gran terror», en los años 1937 y 1938, a la mesa de Stalin continuaron llegando numerosas peticiones para que decidiera sobre los asuntos más nimios relacionados con España. Los deseos que, en temas de cierta importancia, hicieron llegar al Kremlin los funcionarios de la Comintern, ya fuese desde España o desde Moscú; los diplomáticos soviéticos, ya fuera el embajador Maiski desde Londres o el encargado de negocios Marchenko desde Barcelona; los asesores militares en el teatro español, desde Berzin a Malinowski pasando por Shtern e incluso el propio mariscal Vorochilov, comisario para la Defensa y hombre totalmente entregado al dictador soviético, cayeron en saco roto. Es más, con completa indiferencia hacia los avatares de la política cominterniana y su recepción en España, la línea trazada por Stalin no varió. Allí donde Schauff divisa ineficacia, inexperiencia, contradicciones y escape de la realidad cabe divisar, por otro lado, la plasmación, mejor o peor, de una orientación estratégica que Stalin estableció, que no modificó sensiblemente y que, a mayor abundamiento, comunicó a los republicanos. Para identificarla con precisión no valen los documentos que Schauff ha consultado, pero sí los españoles e incluso británicos. Lo que Stalin decía a Marcelino Pascua, embajador en Moscú, el comisario de Negocios Extranjeros o el embajador en Londres, lo decían a los ingleses, ya fuese en Ginebra o en Londres. Sin resultados.
Nada de lo que antecede significa que la Comintern no tuviera un papel importante en España (el encargado de negocios, por ejemplo, era uno de sus antiguos funcionarios y tuvo una relevancia mucho mayor que sus predecesores, los embajadores Rosenberg y Gaikis, aunque esto no le libró del tiro en la nuca, al que tampoco dichos antecesores escaparon). Ahora bien, incluso en los momentos en que, según Schauff, el presunto deus ex machina de la política hacia España desarrolló ideas de naturaleza estratégica sobre cómo configurar las relaciones con el PCE, el impulso último para las mismas provino no tanto de la Internacional Comunista sino del propio Stalin. Es más, en ciertas situaciones, por ejemplo relacionadas con la participación del PCE en el Gobierno, o su salida de él, la decisión la tomó igualmente el mismo Stalin, en ambos casos a impulsos comunistas españoles, y en el segundo a causa también de las reticencias de Negrín. Por su parte, los socialistas nunca engañaron a Stalin. Ramón González Peña, presidente del PSOE y de la UGT, le espetó a la cara, directamente en el Kremlin, que con respecto a una fusión entre socialistas y comunistas (que incluso Prieto había apoyado en un momento de desvarío) no había nada que hacer. ¿Y qué ocurrió? Nada. Stalin no varió un ápice su línea.


La sobreenfatización del papel de la Comintern lleva a Schauff a ver en su comportamiento poco antes de y en la Guerra Civil misma un germen lejano del eurocomunismo (p. 87). Es algo que está traído por los pelos. La reflexión cominterniana atravesó por numerosas etapas que tuvieron mucho más que ver con la evolución de la política exterior y de seguridad soviética que con su análisis, bueno o malo, de las realidades locales. Schauff no dice de ello una palabra. Tampoco sobre la cristalización definitiva en la historia canónica auspiciada por el PCE. Siempre fue difícil controlar totalmente desde Moscú las pulsiones exigidas por la realidad sobre el terreno en situaciones complejas como durante la Guerra Civil (o la europea, en el caso francés). Pero la dependencia de la Comintern era lógica en una institución al fin y al cabo auxiliar y con respecto a la cual incluso ya antes del ataque alemán a la Unión Soviética Stalin había empezado a pensar que convenía eliminar.
Schauff pisa un terreno más seguro en los apartados referidos a las Brigadas Internacionales, sobre las cuales destroza algunos de los mitos que aún pululan en la literatura, y singularmente en la de índole profranquista de la pluma, o del ordenador, de autores que no leen y mantienen en idílica ignorancia a sus lectores.

La preferencia de Schauff por una articulación funcional (Comintern, Ejército Rojo, NKID), que no cronológica, de sus argumentos no le permite abordar, en cada situación o período concretos, la interacción de los diversos canales por los cuales discurrió la política soviética. Esto se nota en la ausencia de un tratamiento unitario de lo que he denominado «proceso de deslizamiento, férreamente controlado» a que se atuvo la creciente intervención en los asuntos de España, desde finales de julio hasta finales de septiembre de 1936.
Con todo, Schauff se sitúa en una base sólida al examinar el suministro de armas y asesores, aunque en el primer aspecto no supera a Howson y tampoco tiene en cuenta la significación militar y política de los ritmos. No era lo mismo enviar aviones en el otoño de 1936 que a mediados de 1937 o a finales de 1938. Curiosamente, no percibe la importancia política, estratégica y militar de la decisión de Stalin (ya identificada por Rybalkin) de noviembre de 1937 sobre la reducción de los suministros bélicos a la República, una de las más significativas que jamás tomó en relación con España. Tampoco aborda adecuadamente Schauff el dilema que se le planteó a Stalin cuando logró abrir un nuevo frente en la confrontación contra el «imperialismo» en tierras de China. En mi opinión, es tal dilema –percibido en la época por observadores y analistas franceses, italianos y británicos– la clave que permite aclarar las limitaciones de la política estalinista hacia España.
Son muy útiles e informativas, pero saben a poco, las páginas que Schauff dedica al papel de los asesores militares y que se reflejan en los abundantes informes que redactaron. Desgraciadamente, no se engarzan, lo cual hubiera acrecentado su valor, con la evolución de las operaciones en las cuales prestaron servicios. Algunos de los interrogantes que aún planean en la literatura, y que han sido suscitados por Beevor, al fin y al cabo historiador militar, sobre si influyeron y hasta qué punto en la estrategia del Ejército Popular, no se resuelven. El lado oscuro de la intervención –la participación en actividades represivas, sobre todo por parte de la NKVD– tampoco se alumbra lo suficiente.

Schauff, a quien no cabe negar su carácter pionero, descubrió en los antiguos archivos soviéticos (p. 231) un informe del entonces agregado militar en Madrid, el coronel/general Vladimir Goriev, del que se desprende, a mi entender inequívocamente, que en último término el impulsor de las matanzas de Paracuellos fue uno de los killers del período, Alexander Orlov. No ignoro que hay autores que lo ponen en duda, pero sin haber aportado hasta el momento la menor base documental. Llama más la atención que una variante de dicho informe –absolutamente esencial– se encuentre también en el archivo histórico del PCE depositado en la Universidad Complutense, pero en el que falta precisamente la página en la que Goriev mencionó al agente de la NKVD. Orlov estuvo, por lo demás, en el origen de la operación contra el POUM y el asesinato de Nin.

Corresponde a Schauff el mérito de haber sido el primer autor occidental en acercarse a los hechos de mayo de 1937 aportando la documentación soviética de la época. El que su tratamiento sea susceptible de ampliación no es ni más ni menos la demostración de que en historia nunca se dice la última palabra. De todas maneras, hubiera sido de agradecer alguna explicación sobre las razones que han conducido a una cierta recuperación de la figura de Orlov en la reciente literatura rusa o en la basada en fuentes soviéticas.
Finalmente, queda la correspondencia entre el título y el contenido. El título de la versión española reproduce fielmente el del original. Pero, ¿ofrece Schauff una visión de las razones por las cuales la República no ganara la guerra? La respuesta es negativa. Reconoce el papel determinante de las «circunstancias internacionales». Es un paso en la buena dirección, necesario pero insuficiente. ¿Acaso la Unión Soviética no hizo lo bastante? ¿O es que la respuesta, basada a su entender en erróneos esquemas teó¬ricos, no fue la correcta?
El enfoque ha de discurrir por otras vías. ¿Podía Stalin? ¿Quería Stalin? Son preguntas pertinentes a las que Schauff no da respuesta. ¿Y qué decir de la ayuda nazi-fascista a Franco, con armas pero también con asesores e instructores, con nuevas técnicas y nuevas modalidades? ¿Cómo se explica la carencia de victorias militares republicanas? No hay que olvidar que la República fue derrotada porque perdió una guerra en último término en el campo de batalla. ¿Tuvo algo que ver la Comintern con todo ello?
El amable lector no debe pensar que las líneas que anteceden constituyen una manifestación de menosprecio hacia la obra de Schauff, repleta de informaciones y en cuyo papel renovador insisto. El autor mismo (pp. 14 y 18 y ss.) reconoce que queda aún mucho camino por recorrer hasta que sea posible disponer de un tratamiento completo del papel de la Unión Soviética en la Guerra Civil. Su obra fue, cuando se publicó, una pieza fundamental para componer el puzle que dicho papel representa. El centenar largo de páginas en que detalla sus fuentes constituye un punto de partida que ningún historiador puede ignorar. Sobre todo si en algunos de los archivos moscovitas persiste la costumbre de no servir al investigador documentos cuyo legajo no pueda previamente identificar, una especie de situación a lo catch-22.


Afortunadamente, quienes leen en español disponen hoy de más obras que, tras las aportaciones de Schauff, Kowalsky, Rybalkin y muchos otros, han permitido avanzar por el arduo camino de la mejora de nuestro conocimiento. Un autor ruso, Andre V. Elpatievsky, y un español, Ángel Luis Encinas del Moral (que ya había destacado por su traducción del hipersesgado informe recapitulativo de uno de los agentes de la Comintern en España, Stoyan Minev, alias «Stepanov»), han dado a conocer aspectos esenciales del exilio español en la Unión Soviética. Existen, por último, algunas tesis doctorales españolas relativamente recientes sobre aspectos complementarios y parciales que, por desgracia, no se han publicado.

Con todas estas aportaciones, de ambición, metodología y cobertura diversas, amén de –si se me permite la inmodestia de la autorreferencia– las elaboraciones de quien esto escribe, recientemente en colaboración con Fernando Hernández Sánchez, existe ya una panorámica que permite seguir los altos y bajos de la política soviética hacia España desde sus orígenes hasta sus últimas consecuencias. Y, por supuesto con la debida atención a la interacción con los factores internos a través de la actuación del PCE, y para lo cual los trabajos de Juan Avilés, Rafael Cruz y Mayte Gómez sobre el período anterior a la Guerra Civil y el próximo de Fernando Hernández Sánchez, para la misma, de aparición prevista en 2010, constituyen aportaciones fundamentales. Incluso su lado oscuro, ligado a la actuación de la NKVD en tierras españolas, lo alumbra una monografía de Boris Volodarsky de publicación inmediata. Gerald Howson, por su parte, tiene ya muy avanzado, como infatigable investigador que es, un artículo que documenta las limitaciones de capacidad y de producción a las que se enfrentaba una eventual mayor intervención soviética que pudiese compensar los suministros de material aéreo alemanes e italianos. Un gran secreto del Kremlin que sólo Stalin apreciaba en toda su gravedad, pero del que quedan rasgos en la documentación que se conserva en los archivos moscovitas.

La contemplación del conjunto de tales trabajos permite triturar los planteamientos de Ronald Radosh y Mary R. Habeck respecto a quién traicionó a la República, tomando prestada –en un ejemplo de soberbia intelectual totalmente injustificada– la expresión de Trotsky. Por el momento digamos que no da la impresión de que fuese la Unión Soviética, que como toda gran potencia trató de defender sus intereses nacionales eminentes en un marco en el que más o menos coincidían con algunos de los republicanos. De buscar traiciones, un término que también utiliza Schauff pero que me cuesta trabajo emplear en este contexto, habría que buscar por el lado de las democracias occidentales, mal que ello les pese a los autores conservadores que tantos alaridos dieron cuando salió a la luz la colección radoshiana. Y escribo esto bien consciente de que para muchos de los todavía imbuidos por el paradigma de la Guerra Fría argumentaciones de tal tipo siguen siendo políticamente incorrectas.
Los republicanos, ciertamente, no se llamaron a engaño. Si su política y la soviética no tuvieron éxito (y Stalin siempre les dijo que él sólo se situaría en segunda posición en lo que se refería a ayudarlos) tampoco lo tuvieron la británica, o la francesa, o la norteamericana. Como consecuencia de tales fracasos, la guerra que Hitler quería desatar, y que ya anticipó en su discurso a los generales alemanes el 3 de febrero de 1933, exactamente a los cuatro días de llegar a la Cancillería, se hizo inevitable. Además, en el plazo que él mismo previó –quizás un tanto a la ligera– en aquella ocasión: en seis u ocho años destrozaría al «marxismo» en el interior para después empezar la conquista de Lebensraum en el Este. ¡Bingo! De notar son dos cosas. La primera, que el entonces recién nombrado jefe del gabinete del nuevo ministro de la Guerra, el a la sazón coronel Walter von Reichenau, fue a quien le cupo el honor de precisar los objetivos estratégicos, tácticos y políticos que perseguiría la ayuda nazi a Franco en la Guerra Civil. La segunda, que el documento con el discurso completo de Hitler lo descubrió un historiador alemán en los archivos de Moscú.
Las relaciones hispanosoviéticas constituyen un sector en crecimiento. La amplia paleta de obras existente y las que se avecinan permitirán destrozar muchos de los postulados, premisas y mitos sobre los cuales se construyó y se amamanta la historiografía pro y neofranquista. Esto es importante. ¿Cómo debería escribirse en la España de nuestros días la historia de la Guerra Civil? No es una pregunta irrelevante. El pasado mes de julio, en los cursos de verano de El Escorial, Fernando Hernández Sánchez mostró la cantidad de disparates –cuando no auténticas mentiras– que en el curso 2009-2010 leerán los estudiantes de la ESO en algunos de los manuales ya aprobados. ¿Habrán de seguir las cosas así? ¿Deberá la España democrática seguir permitiendo la continuada intoxicación de sus futuros ciudadanos que no pasan de la ESO?
Porque, al fin y a la postre, lo que casi todas las obras y autores mencionados en esta reseña plantean es que, con independencia de lo que creyeran o dijeran Franco, sus conmilitones, la Iglesia, la derecha de pro o los falangistas, cuando se demuestra que lo que estuvo en juego entre 1936 y 1939 no era salvar a España de las garras del comunismo, ¿cómo debe caracterizarse hoy la Guerra Civil?



Por supuesto, subsisten lagunas notables: no se ha investigado todavía (excepción hecha de Rybalkin) en los archivos presidenciales rusos ni tampoco en los ministermiales o departamentales, salvo en contadísimas excepciones. En una palabra, el desafío a los historiadores no ha disminuido. Pero quienes vengan detrás tendrán que construir sobre lo ucho que ya se ha logrado. ¿Lo han hecho por ventura esos historiadores-basura que siguen vendiendo su devaluada mercancía en los grandes almacenes? ¿O que mienten, falsifican, tergiversan, manipulan, cortan e ignoran la evidencia? Sin duda piensan que, en el mejor estilo goebbelsiano, repetir mil veces una mentira termina convirtiéndola en verdad. Es deber del historiador llamar al pan, pan y al vino, vino. Por mero civismo.

1. En el caso de Radosh, dos notas destacan: la primera, su desprecio por lo que denomina «la vieja izquierda», con sus postulados teñidos por preconcepciones ideológicas irradicables; la segunda, su arrogancia, pensando que había dado con la piedra filosofal que ponía la historia convencional («de izquierdas») patas arriba. Sería interesante hacer un análisis de la recepción de sus documentos y comentarios tanto entre los autores conservadores como también entre los trotskistas. Como ejemplo de estos últimos, me limito a mencionar a Mike González (http://www.redflag.org.uk/frontline/ four/O4spain.html). ↩

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